domingo, 7 de octubre de 2012

La joven Nichi





     Nichi era una niña de ojos rasgados. Desde muy pequeña tuvo serios problemas de salud, alergias, molestias respiratorias y otros síntomas como hipersensibilidad a la luz o incapacidad para hacer ejercicios físicos. De familia adinerada, vivía junto a su hermana mayor y sus padres en uno de los barrios más prestigiosos de la ciudad. ¡Ah!, se me olvidaba, también junto a su adorable Scuaci, un perro diminuto, blanco y con manchas marrones. Cuando Nichi cumplió la edad, sus padres decidieron (supongo que pensando en una mayor protección), que se educara, que estudiara en un colegio de monjas. Así fue.
     Su infancia no fue sencilla debido a sus aflicciones, pero por lo demás todo fue normal. Aprendía valores y respeto, y adoraba a su Virgen María en una de sus transformaciones. También cogió cariño a San Pancracio.  A penas con trece años conoció a un muchacho que la marcaría de por vida. Él se llamaba Juan. Impartía catequesis, digamos que era algo así como un líder dentro de su grupo de amigos y amigas. Era divertido, noble, inquieto, inteligente y extremadamente simpático. Su físico, para que os hagáis una idea, era muy parecido al del mítico cantante de los Beatles, John Lennon.
  

     Pasaron los años, felices y cautivadores, al son de guitarras y palabras de fe. Eran muchos compañeros los que encontraban en el camino, pero Nichi estaba tremendamente enamorada de Juan. Cuando él hablaba, y casi siempre lo hacía, ella sonreía levemente, con su boca algo abierta debido a las vegetaciones y con sus ojos brillantes. Ella no se atrevía de ningún modo a hablar con nadie de lo que sentía, su timidez le impedía dar cualquier paso. Pero Juan ya hacía tiempo que se había percatado y supongo que empezó a sentir algo por ella. Le atraía su serenidad, su cara de niña buena y también su inocencia. Hasta que un día se consumó el amor, así lo explicarían ellos en adelante.

     Fue una tarde lluviosa. Ambos terminaron de dar clase a unos alumnos de catequesis y se les fue el santo al cielo, hablando en la parroquia, mientras recogían las mesas. Todos se habían marchado y Nichi entró en la sacristía para recoger su bolsa. Juan se dirigió hacia la mesa donde tenían una radio en la que sonaba, muy bajita, música eclesiástica. Desde allí pudo ver a Nichi abrir su bolsa. Estaba de cuclillas y algo despertó sus hormonas de forma bestial. Se acercó despacio, sin que ella pudiera percibirlo. Cuando estaba a sus espaldas la acarició el pelo, y a ella se le erizó hasta el último vello de su enjuto cuerpo quinceañero. La besó en el cuello, la agarró de su cintura y al girarse Nichi, temblorosa y enrojecida, se unieron sus labios dando rienda suelta a la pasión. Nunca antes hubo un acto de tanto amor en aquella bendita iglesia.


     Pronto iniciaron una bonita relación. Todo era de color de rosa, incluso el más oscuro de los días. Viajes de estudios: Londres, Ámsterdam, París… Planes de futuro: la gran boda, una casa de más de cien metros cuadrados, hijos… Enamorados como en la más romántica película. Así estuvieron casi catorce años y empezaron a planear la boda. Compraron un piso sobre plano y comenzaron a buscar el restaurante para el festejo; hicieron la lista de invitados, pensaron en un baile especial, en contratar una banda de música para el evento.
      Y al fin terminaron casi todos los preparativos. La boda se celebraría dentro de dos meses. Pero algo ocurrió inesperadamente, algo que todavía no tenía explicación para la inocente Nichi. Su futuro marido empezó a escatimar besos, besos que acostumbraba a dar con efusividad. Y su mirada cambió, se torció hacia un lado. Empezó a poner excusas para no verla por la noche, incluso abandonó las clases de catequesis. Ella no sabía cómo hablar de lo que estaba sintiendo. Llegó a pensar que eran nervios y no quería caer en incongruencias mentales. Hasta que un día, a dos semanas de la boda, Juan la llamó por teléfono y le dijo que tenía que hablar urgentemente con ella. La citó en un parque a las afueras del barrio, cerca de un río. Nichi, mientras conducía el coche de su papá en dirección al parque, lloraba a borbotones presintiendo una mala noticia. Llegó hasta allí con los ojos rojos y una tristeza desorientada. Al verla, Juan también rompió a llorar. Se abrazaron bajo los sauces de aquel lugar y sopló un viento que alborotó el pelo ya despeinado de Nichi.


-Dime… Qué te ocurre… Juan.
-No sé cómo explicártelo. Tienes que comprenderlo.
-¿Ya no me quieres, verdad?
-Sí que te quiero… te quiero muchísimo.
-Entonces, ¿qué es lo que te pasa? Si quieres podemos aplazar la boda.

En ese momento, Juan tragó saliva y dijo con voz ahogadiza:

-He conocido a una persona y... todo ha cambiado.
-No me lo puedo creer –dijo Nichi rompiendo de nuevo en lloros.
-Soy homosexual –sentenció Juan haciendo un enorme esfuerzo.


     Tras pronunciar esa frase que jamás olvidaría la joven Nichi, él quedó cabizbajo y ella se dio la vuelta en busca del coche. Empapó su camisa en llanto y estuvo sumergida en una terrible depresión que duraría más de tres largos años. Nichi ocupó el piso que ambos compraron y empezó su vida de nuevo, en solitario. Las pastillas eran el pan de cada día. De todos modos ya estaba acostumbrada a la enfermedad, otra dolencia más no la mataría. Pensó en el suicidio ante la soledad de las noches de invierno. Golpeaba con fuerza las paredes ensangrentándose los nudillos. Comenzó a tener relaciones arriesgadas con hombres que conocía de una sola noche. Entre ellos estaba yo.

     Os puedo asegurar que su mirada, aunque entristecida, guardaba una expresión de amor infinita y había en su pecho un corazón blando que, entre sístole y diástole, entonaba una melodía celestial.


Continuará…


13 comentarios:

  1. Pues me encanta. Estoy deseando leer como sigue esta historia. Vaya palo...

    ResponderEliminar
  2. una historia que se da en la realidad ,buen tratamiento narrativo, sus personajes son cercanos, y la trama fluye natural
    felicitaciones Luis

    sin duda él liberó su consciencia y a ella de una profunda frustración futura como pareja de él

    abrazos


    ResponderEliminar
  3. Hola, Luis

    Realmente Nich sentía amor de verdad por Juan. Me alegro por ellos, porque superar esta historia no es fácil. A ver cómo sigue, me siento muy curiosa e intrigada.

    Besotes.

    ResponderEliminar
  4. homosesual, homosesual... un maricón "como la copa de un piano" es lo que es. ¡Hacerle eso a la probre Nichi!
    Cautivadora historia y cómo la relatas.
    Espero ansioso la continuidad.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. jjajajajajajajajaja...ay Joaquin...me has hecho soltar una carcajada!!

      Eliminar
  5. Muy bien contada y que te deja con las ganas de querer saber qué pasó con los personajes.
    Espero y mientras, te mando besos.
    :)

    ResponderEliminar
  6. Y así nos dejas? Hombre, eso no se hace. A ver si aligeras en editar la continuación.

    Oye, que catorce años dan para mucho, que algo torpete sí que era el chico, que ya le vale...

    Pobre Nichi. Espero que encuentre un alma tal como ella.

    Abrazos

    ResponderEliminar
  7. Estimado Luis; no nos puedes dejar así, tío. Vaya palo que nos has dado.
    Este folletín promete. Me parece como una radio novela de hace unos años. Necesito el final.

    Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.

    ResponderEliminar
  8. Eso sí que es un palo!!! Me encanta esta historia, espero ansiosa.
    Un besote y búscale novio a esa pobre chica que se nos pierde, jejeje.

    ResponderEliminar
  9. Una historia más de las muchas que hoy en día se viven. Muy real, Luis. Sigo leyéndote...(por cierto, mira tu mail)

    ResponderEliminar

  10. Bueno bueno, esto promete, de mometo la trama es algo
    sencilla y obvia, pero le salva una buena narración
    esperemos más acontecimientos para que nos sorprendas.


    Un abrazo Luis

    ResponderEliminar